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Siempre vuelvo

  • Constanza Tapia Ojeda
  • 3 abr
  • 3 Min. de lectura

Actualizado: 30 may

Recorríamos las calles gritando como locos, riéndonos y rabiando con todo y todos. Nos creíamos rebeldes por el solo hecho de llevar un cigarrillo barato entre los labios. Eras más alto que yo, andabas en esa bici roñosa y te gustaba tocar el piano. Mi amiga Claudia hablaba de la libertad y de la paz, siempre con los rulos al aire. Tu grupo era ruidoso y pésimo.  Nos habíamos vuelto amigos en el muelle del pequeño pueblo donde tuvimos la -mala- suerte de nacer, ese que se llenaba de turistas en verano y se vaciaba en invierno.

 

Nos sentábamos con los pies colgando al mar y cantábamos, entonces, yo te escribía un poema de niña. A veces, pensaba que te quedarías conmigo por siempre, como si ese pueblo tuviese futuro.

 

Pero crecimos.

 

Cada cierto tiempo, vuelvo al pueblo a ver a mamá y jamás coincido con ninguno de ustedes, he sabido que no vienen, que tienen cierto rencor por este lugar. ¿Qué hay de cierto en que este pueblo nos destruyó los sueños? Puede ser verdad. Supe que Claudia se casó y tuvo hijos, creo que son mellizos. De tu grupo, quizás haya uno o dos contadores. Y de ti, tu madre me ha dicho que eres feliz. A veces paso por fuera de la que antes fue tu casa, tu mamá aún prende ese incienso de durazno por las mañanas y deja la calle con el aroma que tenías. Afuera de la vieja bodega está tu antigua bicicleta morada, tu favorita, la que me prestabas para salir a recorrer los domingos.

 

Si se trata de mí, no me puedo quejar. Vengo poco por acá. Es que me da tristeza, quizás es porque ya voy a cumplir los cuarenta y no he logrado mucho. No lo sé.  ¿Será que me consume un poco la nostalgia de los dieciséis? Esa hermosa edad que tuve cuando recién los conocí.

 

Pensar que quería ser escritora y nunca lo logré, ahora trabajo en una oficina. Qué gracioso, si tan solo supieras. Creo que me verías con rostro incrédulo.

 

Hoy hice mi maleta, saqué de mi vieja habitación ese abrigo verde que tanto me gustaba y antes de irme a la capital, me dirigí al muelle. Caminé por las piedrecillas de la caleta y sentí el olor a las algas estancadas de la orilla, vi a los pescadores tirar las redes y escuché sus lejanas conversaciones. Suspiré, porque el tiempo en este lugar parece no avanzar y recordé cuánto deseábamos huir de aquí. Cuánto queríamos irnos a la capital, vivir en un departamento de un piso alto y vivir la bohemia de la noche. Ahora que la vivo, debo decir, no tiene nada de especial.

 

Bajo el muelle aún están nuestras iniciales, esas que tallamos con una navaja en la madera semi podrida, con un patético corazón chueco. Sonrío. Qué ridícula es la adolescencia, qué bizarra, pero la extrañé.

 

Aún soy lo mismo, al fin y al cabo, sentí. La misma muchachita cobarde en un cuerpo que envejece más y más. El mismo fuego sin fuerzas, que se apaga fácil, en una cáscara que no deja de incendiarse como un trozo inflamable de madera. ¿Hasta dónde me quemaré? ¿Te acuerdas cuándo me reclamabas? Según tú, yo era muy cansina, una poza muy quieta. Y lo era, lo soy.

 

Nuestras iniciales perduraron en el tiempo, resistieron a la marea alta y al viento con sal. Sin embargo, ni tú ni yo estamos aquí, tampoco ellos están. Tu grupo, ni mi amiga. 

 

Con mi maleta tomo el bus de vuelta a la capital. Dejo atrás la vieja caleta de pescadores, el pueblo, a mamá y los recuerdos. Volveré en un par de meses, eso es seguro. Claro, ellos no estarán, ni tú tampoco. Pero seguirán nuestras iniciales en el muelle, tu bicicleta morada apoyada en la bodega y la nostalgia.

 


Por Constanza Tapia Ojeda


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Constanza Tapia Ojeda (@connytetee), chilena, es Analista en Política y Asuntos Internacionales, a pesar de eso, le apasiona escribir. Ha publicado en la revista JAUJA de la UAH y fue ganadora del tercer lugar en el Concurso de Cuentos para Jóvenes de la UNAB en 2023. Anteriormente, publicó el cuento "Sin mí" en Abulia Terminal.

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