top of page

Corazón partío

  • Tomás Ragga
  • 20 mar
  • 10 Min. de lectura

La curiosa e insignificante visión, de un pobre de pensamiento, me deja atónito, descifrando la escritura, como una necesidad vital para sobrevivir. Y como debes suponer, vivir en este mundo no es muy agradable que digamos, pero en el fondo, vale la pena.


En el siguiente escrito, indefinido con ramas literarias, las cuales no son más que sobrenombres aterradores, se escribe y describe, el problema de querer escribir, querer decir mucho, sin poder confabular aquella fuerza que, de algún lugar se recibe, de algún lugar llega esa inspiración, pero no llegan las palabras, no llegan los conectores ni proverbios.


Si bien, no todo merece ser publicado, y lo ya publicado no debería ser cualquier escrito. Está el inconveniente de no saber cómo decir lo que quiero decir, y tratar de explayarlo en oraciones casi sin nombre. Es totalmente difícil ser dueño de uno mismo. No seguir patrones, recuerdo, un gorro que tenía un amigo, que se lo robé, y después perdí, en este decía lo siguiente: “Basta de conformismos, viva la revolución”, curioso, no sé muy bien a qué viene al caso, tan solo, y casi como un juego de improvisación, llega a mí ese recuerdo. Como si mi revolución fuera no tener nombre, como si mi escrito no tuviera apellido, y fuera una mescolanza de restos. Somos, los literatos, odio decirlo así, pero la gente letrada; citas de libros. Haciendo alarde a mi podrido no - título; recuerdo un libro de J.M: Poemas Somos que Otros Escribieron. Citas somos, que otros escribieron. No sé tú, pero yo, soy una cita con patas. Aunque cueste decirlo, así era hace un tiempo atrás, hoy no es tan así, hoy la mescolanza hace su parte, el yo la suya, y mi inconsciente vive su mundo paralelo, saboteador y destructivo.


Es con esa idea de mí mismo por delante que, en definitiva, escribo una especie de crónica, dejando de ser propiamente una, o al menos, sin intención de que lo sea. Sin embargo, hay que decaer en los conformismos, e ir en contra de aquella frase, de aquel gorro cursi/añejo/y flojo. Llámese flojo, en el sentido vago de pensamiento, sin reflexión, tal como podría ser este escrito.


Vale decir que, no se debería escribir por escribir. Uno, debería escribir cuando siente la necesidad de hacerlo, y es esta la ocasión. No obstante, se crea aquella ilusión de que se está haciendo algo importante, y este texto partió con aquella idea/ilusión y posterior desilusión.


La parte de la crónica


A un día de emprender viaje, a solo horas, busco en mi librería favorita, la librería Lolita, en donde encuentro y me proveo de libros constantemente, algunos los leo de inmediato, otros también, pero otros, solo dejo que me hagan compañía, sabiendo que algún día podría necesitarlo(s). Es bueno, pero caro, en este país olvidado, tener un amplio repertorio de libros en tu biblioteca, teniendo en cuenta lo anterior, burguésmente, puedo decir que tengo casi dos mil libros en una biblioteca que ya quedó pequeña, he leído menos de la mitad de ellos, pero duermen conmigo, o viceversa, los paseo, le huelo, los hojeo, los reviso, los destaco, tacho, corrijo, y pocas veces, los leo. Ahora bien; creo saber por la contraportada, el nombre, y los no – nombres, qué tanto me puede gustar tener ese libro, poseerlo. Por supuesto que juzgo a la portada, contraportada y nombre, no así el libro completo.


Aquella tarde compré varios, busqué otros tantos, y otros no los logré encontrar, busqué, por ejemplo; El paseante solitario: en recuerdo de Robert Walser de W. G. Sebald. Libro imposible de encontrar Según D.Z, razón tenía en eso. Luego quise buscar algo de Cioran, ya tenía; La Tentación de Existir. Pero quería algo diferente, alguna crónica, quería una historia en la cual meterme, y no salir de ella. Como si fuera una verdad movediza, en la que te sumerges, y al salir, no vuelves a ser la misma persona, al saber aquella verdad, vuelves, en definitiva, perturbado. Recorrí la librería, dos o dos horas y media leyendo portadas, contraportadas y juzgando nombres, nunca es suficiente decía Bolaño; “hay libros buenos, otros malos y otros peores, pero nunca demasiados libros”.


Qué daría por encontrar las palabras precisas para tratar de definir lo que siento con este tema, y es que no las encuentro, no logro descifrar la identidad de este sentir, o sea, la verdad es que sí sé de qué se trata, en este caso tiene nombre y apellido.


De tanto buscar, fui a lo actual, a lo último, lo que en librerías se les dice; “Novedades”, ahí vi y nada llamaba mi atención, tan solo una cara, con aspecto IA, raro, rara la portada, fome, diría, creo que hasta pensé que era un tanto básica. A juzgar por el nombre, llegué a una canción de Alejandro Sanz, no solo cebolla, qué digo cebolla, vulgar/de mal gusto. Al leer la contraportada, no pude más; ¿débito o crédito? -Efectivo, respondí.


*


La luz se apaga, el interruptor suena, al estallido de la ampolleta, la que automáticamente deja de funcionar, como por acto reflejo, chasqueo mis parpados, limitando así más la visión del libro que tengo sobre mis manos. Estoy solo, en una casa en el sur de Chile, paseando, leyendo, escribiendo y reflexionando, el porqué de esta situación. Cerca del final del mundo, creo estar cada vez más cerca de una respuesta.


El libro me dice que (re) corra las calles, húmedas de rocío de por temprano en la mañana, toda la madrugada en penumbra, y con un dolor, por leer sobre la frustración de no saber, ni (poder) hacer nada más que recorrer el pueblo, con esa franquicia que nos da, de repente, la información, el exceso de información. Una vez, N.P me dijo; “el problema del psicoanálisis es que te enteras de cosas tuyas, que quizá no querías saber”. Y es un poco la reflexión que opté, ese martes, martes en un pueblo, viernes en mí.


El rostro no conservaba su figura, tampoco conservaba la identidad analítica del síndrome de la conservación de ADN, en los cuerpos durante años, décadas de olvido, vida de olvido, olvido de olvidar, lo que debamos recordar, pero olvidamos.


Es sobre aquel olvido que, de cierto modo recordamos olvidar, que solemos reconfigurar y pasar por alto. ¿Por qué queremos olvidar?, ¿Por qué decidimos pasar por alto?


Antes de leer el libro tuve la misma reacción que muchos de mis colegas(?) (pensadores): otro libro de la dictadura, la respuesta es no, una herida, debe ser abierta las veces que sea necesario, hasta que ya no duela, o más bien, te hagas resistente a ese dolor, a ese duelo de que nada, nunca volverá a ser como antes.


En el texto se aprecia la imagen en 3D de la cara de un hombre, del cual, nadie sabe, del cual nadie se acuerda. Hay, en la historia, en el relato, un periodista, quien, de cierto modo, se obsesiona con el caso de un hombre, de unos restos óseos encontrados en el norte de Chile. Hay una policía, a quien le ocurre lo mismo. Estoy seguro que existió una especie de romance entre ellos, pero eso, eso ya es literatura.


Yo sabía un poco el trasfondo de la época en la cual se desarrolla el crimen, pero no el fondo de este; “Gays asesinados en dictadura”. Atropello a los derechos humanos, atropello a la moral, la(s) (micro)socieda(des) en la que se desenvolvían en aquellos salvajes años 70´s.


Leo un par de páginas, prendo un cigarro, camino por el pueblo, hasta lloro. Tomo café, prendo otro cigarro, me meto a la ducha escuchando Suede a todo volumen. Me dan ganas de salir a bailar, siento, que aquel lugar, no es un buen lugar, me siento desteñido de emoción, todo me vibra, todo me resue[ñ]na, leo un poco, un libro de cuentos infantiles, tengo que distraer mi mente, dejarla en blanco, para teñirla de dolor, el dolor de la frustración de una historia sin final. Prendo otro, y otro más, y pienso que tenía que dejar de fumar, por ende, lo apago. Noto que el libro infantil tiene faltas ortográficas, luego noto que yo las tengo, fórmulas de redacción en mi inconsciente colectivo, y el de mi sociedad de malos editores. Para culminar, empiezo, nuevamente el texto, desde el comienzo, ya son las 16:00, y bajo por entre senderos de bosque desvergonzado de toda virginidad, para adentrarme en una pequeña playa, y romantizando cualquier sensación de joven de mi generación, que toma fotos a lo que lee, esta vez, sentí que podía ser diferente, por ende, no lo hice.


El libro, y la investigación, funciona como un guiño a desembocar una indagación de mayor envergadura, condenas y creación de leyes, que expongan/delaten/dejen al descubierto a estos criminales, antes, antes de que sea tarde.


El libro va de principio a fin en un conjunto de relatos diarios; Día 1, Día 2, etc. Lo que se torna sencillo de leer y entender. Llega a ser lúdico, llega a ser, a la vez, a ratos, aterrador. Y es que es terrible lo que se relata, es complejo a la vez, porque no se sabía, o se sabía, pero se hacía como que no se sabía, o simplemente, no se quería saber.


Saber o no sobre la verdad, es un poco la ley del “buen periodismo”, según menciona Fluxá en una entrevista al paso, que encontré en YouTube, dice lo siguiente; “el buen periodismo si bien puede alimentarse de fuentes del activismo, siempre tiene que tener una agenda última que es contar la verdad”.


Dejando a un lado a la tv, la farándula, y el deporte, y la moda. Que si bien, son autores de trabajos inexistentes y superficiales (sapo de otro pozo, pero sapo critico finalmente). Abriendo el espectro a la investigación como punto medio entre el activismo, y el buen periodismo y, por ende, la verdad, viendo esta última como si fuera una realidad, de la cual nadie puede escapar, al fin y al cabo, es eso, nadie, tarde o temprano, puede escapar de la realidad.


Qué es la realidad en tiempos en donde nadie desea saber tanta información, ¿Por qué se produce la falsa realidad de no querer saber?, siento, y considero que uno, a ratos, busca vivir en una completa ignorancia, en donde, no se sepa mucho, y si se sabe algo, eso logra espantar, aterrorizar. Es mejor vivir en el anonimato.


Probablemente sea mejor no saber nada, probablemente sea mejor saber algo, o tal vez un poco menos que nada, así, vivimos tranquilos, ¿se puede vivir tranquilo sabiendo que hay cuerpos olvidados en el norte, centro y sur de Chile?, cuerpos los cuales no han ni serán identificados nunca. Es esa impotencia la que hay en este libro, en estas páginas, esa frustración que no me dejó dormir, por los tres días siguientes, después de haber devorado el libro en una tarde.


El libro me gustó mucho, no solo por la “trama”, sino por la constante búsqueda de la verdad, que hay en el periodista Rodrigo Fluxá, quien, como si fuera su línea editorial, construye de un relato casi cotidiano, el horror hecho crónica, el horror implantado en unas páginas, desbordando la ficción con la realidad.


Es vital, no solo para la familia de las víctimas, sino para la sociedad en general, la búsqueda de la verdad como algo de primera necesidad. En un mundo de mentiras, tratar de encontrar esa pizca, de realidad – no – absolutista.


El libro funciona como eso, una búsqueda de la verdad, en donde no se llega a un puerto, pero siento que el objetivo del libro no es ese, no es encontrara a un culpable, ni una víctima, es sino visibilizar este cuento, esta crónica de sucesos que dejan enterrada cualquier esperanza de que en Chile se viva en paz, ya que, somos en definitiva, un país de cuerpos, un país sobre un cementerio sin epitafios, sin lemas de muerte, sin velatorio, Chile está de luto, y la forma de lidiar con el duelo, es como Fluxá reconstruye la historia, se entromete en ella, abre heridas, que después cierra, o trata de hacerlo, para continuar relatando lo que ve, oyó, creyó, analizó, dedujo, y escribió.


La parte de la crítica


Deben haber sido dos o tres docentes, que me dijeron algo negativo sobre el psicoanálisis. Docentes que, de cierto modo, buscan evitar la verdad, evitar y alivianar la culpa de saber cosas de ti que no tenías que saber, porque tu retorcida conciencia no deja de sabotear la impelida/imperfecta realidad. Como cultura general, deberían evitar abanderarse tanto con un sector u otro, pierden credibilidad. No solo credibilidad, sino, cualquier intensión de anhelar siquiera ser escuchad@s.


Ahora bien, sí es un tanto ególatra de mi parte, anotar y escribir esta especie de crítica sin sentido, porque no digo nombres. Solo hago notas de cómo veo el panorama, horas antes de entrar a clases, sin entrar, ya que me quedo unos días más en el sur. Está lloviendo, al parecer lloverá toda la noche, y está bien, necesitaba sentir que estoy en un planeta, donde viven humanos.


Cualquier cosa que escape, en alguna medida de la zona confortable, ya todos lo sabemos, incomoda, tal como lo hace la literatura, sin mayúscula. Y es que, funciono un poco así, de tal modo que, soy un género literario que nadie quiere leer, un conversador que nadie quiere escuchar. Y está bien.


Durante la posterioridad de la lectura del libro de R.F, pude inferir que, si bien, la investigación periodística es diferente a la academia, y específicamente a la academia literaria. Es, siento, una investigación con argumentos no necesariamente conmemorativos, sin ser la una excluyente de la otra, el periodismo en este libro, es conmemoración para llegar a una verdad final. Pero la investigación académica, no es más que conmemorativa, no hay activismo, no hay raíces más que nostalgia, y a ratos una melancolía inexplicable de no encontrar nada nuevo en la literatura. En otras palabras; quiero decir que hay escritores que no se conforman con sus lecturas, por ende, ellos las escriben. A mí, por ejemplo, me pasa. Y no soy un referente para nadie.


Volviendo a la (especie de) crítica; los académicos exiliados de la literatura, que solo conmemoran, son de cierto modo valorables, pero no están descubriendo nada nuevo, no se va a cambiar el futuro sabiendo X chisme de Y autora(r). No obstante, tengo un conocido, y es mi ejemplo más cercano, que tuvo que distanciarse un tanto de la literatura, para descubrir e investigar sobre aquella especie de (y con palabras burdas) “mutación” o “evolución” de la literatura. Eso, a diferencia de los que pueden llegar a investigar conmemorativos proyectos, que pueden ser muy interesantes, no logran cumplir, por lo menos, con mis expectativas.


En contraste; me parece más interesante estudiar autoras mujeres, a que seguir leyendo a hombres, y es contradictorio que lo diga. Pero es cierto que creo eso, una buena forma de conmemorar, y rescatar de raíz la obra de T autora o W, o tal vez M autora, etc.


Para finalizar, puedo concluir que si bien, hay gente que se crea necesidades para escribir, tal como lo estoy haciendo ahora, y es que no me estoy excluyendo del tema. También se queda o más bien se casa con R autor o B, y no lo suelta y lo estruja a más no poder.


Es aquella necesidad, la que en cierta medida está sujeta al cambio de perspectiva literaria, de un panorama de cambios, cambio de la escritura. No buscar aquella nueva forma de escritura, aquella nueva literatura, es una forma de no querer ver la realidad de la que hablaba anteriormente. Y acostumbrados a escribir de R o D autores, no dejan que otros escribas de ellos, curiosamente, hombres por definición.


En relación al libro; puedo decir que sí son investigaciones que pueden cambiar, drásticamente la realidad del país. De un país al que le cuesta ver la realidad, su propia realidad, tal como aquellos profesores, como aquellos investigadores, que ponen todo su esfuerzo en aplicados artículos académicos sobre autores (hombres) varios, con los que, dictatorialmente, la semana que viene celebrarán bodas de oro.


Por Tomás Ragga

Comments


bottom of page