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Prefacio de una pretensión

  • Tomás Ragga
  • 26 sept 2024
  • 8 Min. de lectura

Puedo testificar que más temprano que tarde llega la verdad de alguien que suele querer ser alguna cosa, ser algo que, en el fondo, puede llegar a ser algo osado. Es esa constante necesidad de buscar diferenciarnos ante los demás, que haya una separación entre los simples mortales y los intelectuales, que merodean por la academia y el jet-set letrado. Esto suele ocurrir con personajes como los actores, si bien, son, en su mayoría, en Chile al menos, gente pudiente, pertenecen a un grupo de élite chilensis. Pero en el fondo, son seres “sobre intelectualizados”. Cuando estudié teatro hacía mucho esta crítica, diferencia, arrogante a ratos quizá, pero tenía que hacerlo, marcar(me), diferenciar(me), identificar(me), no pasar desapercibido, en el fondo, pretender ser y saber algo, que no era, ni sabía.

Escribir esto ya es una pretensión, escribir sobre ella, es lo que traigo para este ensayo, hablar sobre el género underground de las fronteras ciudadanas de lo que puede llamarse alternativo, lo que ocupa, vulgarmente el término de; pasado de rollos.

*

El otro día vi a un amigo de antaño, que me trajo uno que otro recuerdo, primero al verlo, luego al hablar, reflexionar, y hasta conmemorar aquellos años de juventud universitaria, aquellos años de locura y demencia, excesos y desenfrenos. Él me dijo, que recordaba dos de mis proyectos, uno de ellos de X nombre, era un gran proyecto, estuvimos hablando de eso, luego pasamos al segundo proyecto, este no lo recordaba en absoluto, se titulaba “Sírvase sal A(u)gusto”, era una sátira al dictador, y sobre cómo envenenar(lo) para poder terminar con la miseria, el hambre, el dolor, y con la siniestra CNI, con la masacre, con [1]el gusto de unos pocos y el dolor de unos más, aquellos que se construyen casas en Lo Curro, El Melocotón, Bucalemu y quizás cuántas más, (había que envenenarlo) para acabar con este régimen de horror.

Lo único que se me ocurre después de haber recordado este “proyecto”, es salir arrancando. Cómo pude llegar a tanto, me pregunto sí realmente pensaba hacer algo de esa envergadura, con ese nivel de detalle, con ese nivel de pretensión. -Es que nosotros éramos un poco pretensiosos, le dije a mi amigo, a lo que él responde; -Todos lo éramos.

 

 

 

Recuerdo cuando con otro amigo se nos ocurrió ir por la calle de flaneur con una cámara, preparados para lo que venga, ahí nace la siguiente crónica:

 

Sexo, Drogas y Rock and Roll


Convivir con el cine, o más bien vivir el cine de modo presente, no como un proyecto del cual somos en conjunto parte y funcionamos en torno a este. No es el cine que me gusta la verdad, a mí me gusta vivir, saborear mi dolor diría José, en El Triste.

            Hay una cuota de sentido teatral en este estilo de vida, y es difícil conllevar, porque todo es mágico y sientes que te están grabando, pero tú también lo estás haciendo, y la paranoia va aumentando y así terminas en el puto manicomio, o tal vez muerto en alguna pieza de hotel, colgado por horas, tu cuerpo abandonado, colgando, pudriéndose por días.

            Estábamos con K, sí, K se llama aquel personaje del cual solo recuerdo una que otra aventura en el centro de Santiago de Chile, en donde lo único que nos importaba era buscar la esencia del cine, la Pornomiseria era nuestra línea, en conjunto con el documental, ya que el cine documental nos expresa la raíz de un pueblo, una sociedad y aquella cotidianidad de la que no podemos escapar. Éramos una especie de poetas malditos del cine, unos verdaderos Rock Star (al peo) al lado de todos nuestros compañeros hippies, de los que, si podíamos escapar, de los que escapábamos constantemente ya que la vida no es hippie y el cine menos, aunque muchos piensen que, sí lo es, la verdad es que no, y esa idea de artista incomprendido se va esfumando a medida que pasa el tiempo y vas conociendo más hippies. Pateábamos a todo el mundo, pero con justa razón, no dejábamos nada para el azar ya que este tampoco existe, es sino un montón de algoritmos los que se juntan para poder llegar a un punto, en definitiva. Todas las conversaciones siempre se basaban desde la poca experiencia analítica, siempre con mucho cuestionamiento sin decir nada porque sí.

            Es entonces con nuestros dieciocho años queríamos y teníamos el afán de vivir el cine gracias a una película en específico; Gummo, aquella película me corrompió todos los esquemas de lo que es el cine, grandes producciones, harto presupuesto, un guion infame, mucha gente y una idea basura que se va trasformando en nada al final del rodaje. Si bien es entretenido, no tiene nada de artístico, sino más bien técnico, todo es técnica y más en el cine, en este, pocas cosas son desde la emoción, de hecho, ni siquiera los actores sienten la emoción que es actuar, lo digo desde la realidad del teatro.

 

            Nos juntábamos todas las noches, aunque tuviéramos clases el día siguiente, a fumar marihuana y tomar cerveza y ver películas de cine arte y documental, noches enteras riendo  perturbados, entre la ebriedad y la emoción de lo que significa la idea de volverse una película, ser una película, vivirla, ser un actor, un personaje más, ser una cámara y ser Dios (el director, claro).

            Recuerdo una noche en la que teníamos una fiesta cinéfila, con compañeros de todas las generaciones, nuestra fiesta empezó temprano, a eso de las seis de la tarde con una película sobre flores, que no recuerdo el nombre en específico, pero era cine arte. Compramos cervezas y fumamos marihuana, en mi casa, luego a eso de las diez de la noche, nos fuimos en metro, con dirección hacia Ñuñoa, cerca del Estadio Nacional, en un block era la fiesta, lo que los jóvenes suelen llamar “carrete”. Corríamos, o más bien caminábamos rápido por todo el vagón, de forma desesperada, luciendo parecer unos hombres ocupados o más bien unos delincuentes de tercera. Antes de llegar al lugar, fuimos a comprar pisco, solo nos alcanzaba para eso, yo en lo personal no lo tomaba con bebida, me gustaba solo y con uno o dos hielos.

            En eso, llega un joven preguntando sobre si queríamos comprar marihuana, le dijimos que no, pero gracias, nos pidió fuego y nosotros le ofrecimos ir al “carrete”, él acepto, entre toda esa conversación llega la “chica de humo”, aquella mujer que en su juventud lo más probable es que se prostituyo una que otra vez para sustentar a su familia.

            Ella nos empezó a cantar, a mí, K y al joven emprendedor. Nosotros simplemente apreciamos por unos minutos aquella canción de Emmanuel. Antes de que terminara el pequeño recital, resumido en una canción bastante popular, y estando, moviendo el pie al son del del ritmo, con algo de palmas para amenizar y crear un ambiente. Le propusimos ir a la fiesta (el carrete), ella lo pensó por unos segundos y acertó con la cabeza.

            Es extraño como una mujer de unos setenta y cinco años, fuera a una fiesta de cinéfilos, fieles al opio. Es entonces cuando emprendemos rumbo hacia el block que nos habían indicado. En eso, el dealer nos comenta, a modo de gracia, una especie de chiste de mal gusto, que, si nos paraba un PDI, nos íbamos todos en cana. La verdad es que en mí no entro más que una pequeña cuota de adrenalina que corría por mis entrañas, por mis venas, no podía evitar sentir una gran emoción con nuestros invitados de honor.

Llegamos, y entre canción y canción, con el vendedor todos se llevaron muy bien, todos compraron de su mercancía. La verdad es que nadie le compró, él fumo toda su hierba. En los baños había gente copulando, en las piezas había tríos y orgias, mucha música pop, algo de Rock, y cumbia también. Yo solo necesitaba escuchar a los prisioneros.

            En un momento salí del baño y me estaba esperando la chica del humo, nos besamos y tuvimos sexo sucio en el baño, decidimos ducharnos juntos y tener relaciones ahí, en la ducha, mojados, húmedos, calientes, sexo desenfrenado, un poco púbico, un tanto público. Ingenuamente, entre esos besos de algodón, mi lengua entraba en aquella boca, la que era más humo que boca, sin dientes y hedionda.

            Después de salir de aquella aventura, voy a la cocina y trato de entablar una conversación existencialista con unas compañeras de tercer año, ellas quedaron llorando después de que yo les comenté que el humano es un error, no deberíamos haber existido, y al planeta que nos manden dejaremos la cagada igual. Luego les comenté que su cine, era un cine de mierda, estaba mal compuesto, que yo apelaba más a la indignación y sublevación de este.

-        ¿Te crees artista?

-        ¿Qué es el arte?, me responde con voz celestial, y un tanto calma.

-        No me respondas con una pregunta.

A lo que yo le empiezo a debatir sobre que su arte en verdad o era arte, sino una mala forma de creer ser algo que no eres. En el fondo es una manera de tratar de ser de una forma hacia afuera, una sublevación con la realidad, al fin y al cabo.

Después de ser expulsado de espalda, directo hacia una mesa llena de vasos con un poco de alcohol cada uno, ensuciando así mi gamulán, el que herede de mi padre, corrí, por todas las escaleras, de arriba abajo y de abajo hacia arriba, como si de eso dependiera de que se secara mi tan preciado abrigo, mi tan preciado recuerdo, cómo si mis recuerdos fueran a desprenderse de mí y yo tuviese que correr tras ellos con vital energía, entusiasmo y sensatez, sin fin, sin límite, sin vida. Caí muerto después de eso, la verdad es que fallecí un poco, si me quedaban diez días de vida, ahora, eran nueve, si me quedaba toda la vida por delante, ahora estaba, de cierto modo, cerrándola, evitándola, suicidándola, me tarde, pero, aunque sea tarde me percate que ya era un gamulán, sí, yo era un gamulán andante.

Es época de recuerdos, y cuesta recordar cada uno de esos momentos, lo que no olvidare, es el aliento de la chica del humo, de su entrepierna un tanto oxidada, pero viva, llena de amor, llena de placer, disfrutaba delante de mí. Tampoco olvidare a aquellas personas, a los punkis que nos echaron de su fiesta punk, claro, nosotros con K llevábamos cámaras, y mucha droga, tal vez es por eso que aún sigo en esta cárcel, cárcel del recuerdo, de alguna manera, los recuerdos son una gran y perfecta cárcel, es por eso que presos y reacios a la libertad del buen pensar, somos si no, objetos de esta cárcel, sencillos reos comunes.

Tampoco olvidare a las prostitutas de Providencia con Suecia, no sé cómo no estoy muerto de tanta sífilis dando vueltas, pero sí, todas fueron parte de mí y yo de ellas, éramos más que parejas casuales con fines de lucro, éramos amigos, familia, de la calle, de lo podrido, de lo putrefacto, amigos que no van a las fiestas de cumpleaños, pero si te regalan una buena línea y una gran mamada. Esa fue mi familia, mis amigos de la noche, de drogas, del sexo, del rock and roll.

*

Es un texto pretensioso por donde se le mire, no deja entre ver la idea de fondo, porque su forma es superficial, es osado, creído, posero, alternativo, Underground, hasta bizarro, genera incomodidad, perturba.

*

Éramos unos pretenciosos, unas bestias, unos niños que solo querían pasarlo bien molestando al resto. Pero si vamos más allá en el análisis, y sin refutar mucho en argumentos válidos para un académico, éramos unos niños que habías sufrido la gran decepción de haber creído durante toda su vida, porque se lo dijeron, que eran especiales, que habían sido tocados por el señor, porque sus padres/tíos/abuelos/amigos o quién sea su proveedor de ego, solo alimentaba su delirio de grandeza, sin percatarse que nada de eso era real. Lo que sí era (es) real, es que somos unos pendejos traumados, con un montón de traumas y demencias de egolatría y narcisismo, ahora tratado, pero antes, solo se pensaba en uno.

Finalmente y como conclusión; el ego es un fantasma que ataca a los más indefensos y persuasibles, que mantienen una relación con el alma bastante tóxica y con el cuerpo igual.


[1] Esta parte está parafraseada de un extracto del discurso en la toma a la radio minería (1984), realizada por el grupo armado FPMR.


Por Tomás Ragga

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