Q.E.P.D
- Tomás Ragga
- 11 abr 2024
- 13 Min. de lectura
Sucesos paranormales han ocurrido en una habitación sin ventanas, la que a lo largo parece (a ratos) una sencilla/dificultosa cumbre de oscuros pensamientos en una pieza vivida en soledad. no hay más que recuerdos, la sala del hospital, aquellas camillas, pasillos, un sillón donde se dormía una o dos horas por las tardes de aquel infernal año, de aquel infernal mundo, nada ha cambiado mucho, el lugar sigue siendo un espacio aterrador, solo que esta vez ya no estoy alcoholizado, ni loco, y de esta última afirmación no estaría tan seguro.
La semana pasada recordé por qué no había escrito hace mucho, entre mis archivos empecé una búsqueda poco exhaustiva y la verdad, de mala gana, entre aquellos documentos pillé uno que se hacía llamar con la abreviatura de “Que En Paz Descanse”. Este texto no fue más que una idea interesante que llegó a mí con pocas intenciones azarosas (destinables) de quedarse por mucho tiempo, la verdad es que se quedó un poco menos que poco, y quizás un poco más que menos.
- ¿de qué se trataba? – . ¿por qué desistí? - . ¿tuve miedo?
La segunda te la respondo, la primera me la llevo a la tumba por la respuesta de la tercera.
En el fondo existe, y es el motivo/necesidad que encontré/recibí, para escribir esta vez, y es que la existencia funciona de una forma tan extraña y a la vez, solo a veces/ratos imprecisa, que llega a ser como aquella habitación con tintes de estigio mezclado con un cúmulo de paranoia por el simple hecho de salir de ella, ese es el temor, salir de mi habitación, y es lo que me pasó con este texto, di un paso fuera de ese cuarto luciferino.
Aquella obra, y es que podría decir que es mía, de forma, no de fondo, pero no, un escritor (y es que señorita no estoy mencionando que yo lo sea) es un traductor de información, es solo un ser que pertenece a una consciencia colectiva, la que se repite de generación en generación, estos seres, no lo escritores propiamente tal (solamente), sino aquellos “intelectuales” son gentes que transmiten (a veces de forma arrogante) aquel testimonio/aclaración/asesoría/averiguación, hacia la familia/prole, del mundillo, o que desea ser parte del mundillo, o ya lo es pero está por llegar, o quiere pero no puede, o puede pero no quiere, y es que esta última me ocurre un poco a mí, es una obra que carece de mucha información, carece a veces de linealidad, y quizá, de sentido, por el futuro ansioso que está(ba) por llegar(me). No tengo una carrera connotada, ni mucho menos una reputación que cuidar, pero ese futuro (ansioso) es el que tengo que mantener al margen de cualquier duda/recelo/sospecha/reparo del cuál pueda ser un relamido porvenir.
La cosmovisión de la censura es contradictoria con el sentido propio de la literatura, porque: ¿para qué existe la literatura si nos vamos a autocensurar?, la verdad es que existe un método literario sumiso/dócil/manejable/obediente, del que no se puede esperar mucho más que un millón de copias al año, o los ansiados Best Sellers, no digo que esté mal, sino que es una forma distinta de ver la literatura, una forma extraña o más bien es percibir la literatura como un objeto empresarial, del que puedes invertir grandes sumas de dinero, del que te va a mantener, y es que sería maravilloso vivir de escribir, pero en mi cabecita, un tanto humilde/modesta/respetuosa/tímida/llana, no se concibe de ese modo, sino más bien desde una visión un tanto más salvaje.
El texto es bastante llano y puede tener una múltiple interpretación, y es que no se deja entrever de qué se trata ni menos el motivo de mi censura (autocensura), inexplicable a ratos porque convive conmigo, o más bien habita en mí, o quizás solo sea yo quien traduzca esas líneas como un paso temporal entre lo que fue y lo que pudo ser, es ahí donde se aloja el fin de este ensayo, pensar en cómo nos auto censuramos, y a qué nivel puede llegar ese acto de desaprobación y desligamiento de autor-obra, Barthes decía lo siguiente:
“La escritura es ese lugar neutro, compuesto, oblicuo, al que van a parar nuestro sujeto, el blanco-y-negro en donde acaba por perderse toda identidad, comenzando por la propia identidad del cuerpo que escribe”. (65) Y añade: “El autor es un personaje moderno, producido indudablemente por nuestra sociedad” (66)[1]. Es si no, citando a Barthes la mejor forma de reafirmar lo que digo en relación a que la voz del autor se elimina a la hora de ser leído, acabando así toda identidad de quien escribe.
Al ser un “producto” de nuestra sociedad, o más bien (quizás) una formación/invención/fabricación cultural, es que se mantiene una lejanía/distancia del autor con su obra, entrando en cuestionamiento de quién es el(la) que habla, ¿será el autor o el lector o el personaje? – interrogantes, vamos al punto, según mi visión y/o interpretación per se, es que se desarrolla un subjetividad de la voz de quien habla, siendo responsabilidad del lector/receptor desenvolver la idea y ampliar sus sentidos intuitivos de quién está hablando, al final es el propio lector quien habla, pero a su vez el decide que tan insidiosa es esa voz.
Por ende, no existe una simbiosis entre la relación de autor-obra, y es imposible saberla, saber cuál es esa voz que entra a nosotros como un espasmo desorbitante, que por más que queramos callarla/silenciarla/dejar de leer, seguimos escuchándola, seguimos leyendo. Dicho esto, y lo anterior, me quedo más tranquilo, no estuve tan mal al querer escribir sobre un tema sensible, sobre un tema contingente, estuve más bien distante/alejado de mi propia obra/intención. El texto parte así:
Me encuentro en un restobar de la zona oriente de Santiago de Chile, en donde merodea un hombre del cual se habla mucho, se habla sobre su pasado y a la vez sobre su pseudo presente, en donde estaría metido en una banda, una especie de clan inexperto en el que se tortura y asesina a gente por su condición social, sexual, o cualquiera que escape de la norma par los parámetros de este repudiable ser. No puedo levantar la más mínima sospecha ya que hoy puedo ser un simple desconocido, pero mañana puedo estar envuelto en sus fechorías más estrafalarias, en alguna sesión de tortura, o sencillamente mi alma podría estar al lado de su cuerpo con vida y el mío si esta última.
Encuentro aquí una buena historia, rodeada de miedos e inseguridades, no esas de las que hablas con un psicólogo, sino con el asistente social, o con aquel detective que contratas cuando no sientes una seguridad plena en tu propia casa, ni en tu vida.
Es entonces que decido aventurarme en esta trama, en donde veo una gran crónica que relatar. Llevo dos años trabajando en este bar, hace tiempo que no hago algo por el hecho de sentirme bien conmigo ni con el mundo que me rodea. Hace cuatro meses que no escribo y hace cinco, lo último que escribí fue un cuento para un concurso de una universidad privada, en donde logré obtener el segundo lugar, ganando así la módica suma de trecientos mil pesos. Luego me puse a trabajar en este bar, en donde cobro mil pesos la hora y trabajo doce al día, es ilegal, pero no hay contrato y mi tío de segundo grado es el dueño.
Hasta ahora no hay quien me detenga en mi intención de seguir a aquel hombre con tatuajes, los que revelaré pronto, solo me detiene la cruda intención de desaparecer del mapa para mis seres queridos, cambiar mi nombre y hasta mi modo de andar, en ese bar tengo por lo menos un ínfimo vínculo con todos aparte del jefe, quien está en este momento disfrutando de la playa en el litoral.
El hombre me pide que por favor lo atienda yo.
Raro, podría pensar que se dio cuenta de mi pensar y que lo he observado de arriba abajo y analizado sus tatuajes, pinchazo tras pinchazo, aguja tras aguja como lo es un reloj antiguo. Pero es entonces que tengo que pensar rápido y a la vez actuar, es cuando le pregunto el porqué de su intención y él me responde que me prefería a mí.
Lentamente me retiro de lugar sin atenderlo y caigo en un estado de contemplación ante la respuesta de este individuo, no espero más y voy al ataque nuevamente, lo atiendo, esta vez de modo diferente al que atendería a cualquier otro cliente, recuerda que es un cliente más y nada más, pero yo sabía que no era tan solo un cliente común y corriente del que me olvidaré mañana o pasado, él era mi próxima novela. Pide un churrasco luco y una coca–cola normal, la dama que lo acompaña se ve que solo necesita algo de amor pasional, aquel que no se puede saciar jamás, me recuerda a un grupo del Glam metal de los ochenta. Lo atiendo, pide la cuenta, se la llevo, paga y se van, yo miro a mis compañeros y están todos achoclonados mirando cómo este se va del lugar con la dama, dama que quizás sabe su procedencia, pero se hace la loca por el hecho de satisfacer su apetitico carnal e ignorancia.
Mis compañeros me comentan, enojados, que él quería que lo atendiera yo, por el simple y complejo hecho de que mi compañero tenía el pelo teñido. Es entonces cuando me voy atrás, en donde los garzones se limpian el trasero entre dos paredes invisibles de las que emana el olor a fritura y todo el sonido de este bar, prendo un cigarro, ordeno mis cosas, me saco el mandil y le comento a mi jefe que me ocurrió un problema y que me tengo que ir, que después le explicaba. Si era necesario renunciar en ese momento lo hacía, solo no quería que se me perdiera de vista el hombre. Tomo la calle en donde tres casas hacia el poniente, donde vivían prostitutas, lugar en donde entraba y salía una cantidad razonable de gente, recuerda que de ahora en adelante no puedo ser visto más de cinco segundos por la misma persona, desde ahora no soy un garzón de tercera, desde ahora ya no soy un escritor aficionado, desde ahora seré, tu persecutor.
***
Capitulo primero
El despertar de la cuenta regresiva
Tomo la avenida, en este caso seré exhaustivo con los nombres para darle más precisión al relato, es la Avenida Providencia, son las 22:37, hacen 15° de temperatura, ando con un abrigo y algo para beber, tengo el presagio de que esta noche será en la calle.
Cigarrillo tras cigarrillo, no puedo parar de caminar, tratando de buscarlo, aquel hombre ya me había tomado delantera hace rato, pero él no sabía que había, esta vez, un lobo buscando historia, un profeta que no parará de hablarle, un hombre con el que soñará esta noche.
Anfetaminas, cigarrillos, vodka, sí, no les conté, pero en el lapso previo a dejar de ser un sencillo garzón, también me convertí en un experto delincuente, tanto así que ni tú te diste cuenta, fueron tan solo dos botellas de vodka, para el frío y bueno, para tratar de soportar todo lo que pueda venir.
Bebo de la botella, me encuentro lejos de donde podría estar el hombre, estoy rodeado de lugares sin precisión alguna, a la deriva, está lleno de clubes para hombres con un deseo carnal propio de la Edad Media.
Mi mirada rodea el ambiente y nada, esto realmente me está superando, no sé si vengo o voy, me siento como en un desierto, doy pasos en falso, no sé si por donde ya caminé él ya lo hizo previamente, no sé si él está por acá o no. Es entonces cuando trato de pensar fríamente, tomo un cigarrillo, lo voy a encender y de repente es ella, sí, la mujer con la que el andaba, me pide fuego y estaba con los ojos vidriosos, estuvo llorando, observo bien su cara y tiene heridas de golpes en los pómulos. Trato de entablar conversación por mientras que ella le da la primera calada al cigarrillo y sin mirarme me entrega el encendedor.
- ¿estás bien?
- Sí, todo bien ¿y tú?... espera, yo te he visto.
Es ahí donde recuerdo que no puedo mirar a las personas por más de cinco segundos, ya que puedo ser reconocido en momentos posteriores.
- ¿tú no eres el garzón del bar?
Anonadado por su gran capacidad de análisis y memoria, bueno, era esperable.
- Sí, o sea, era garzón hasta hace unos minutos. Decidí renunciar ya que el trato no era muy bueno para lo que pagan.
Ella acierta con la cabeza y me dice que estoy en lo cierto, y se despide. En mi mente, en el rango de dos punto tres segundos, pienso que esto no puede haber sido todo, toda esta aventura, toda esta espera, aparte mi trabajo. Por lo que me aventuro y le pregunto sobre sus heridas. A lo que ella me responde que entro al baño de un club y se tropezó en la escalera. Un dato del que no se dieron cuenta ustedes tampoco, fue que, al devolverme el encendedor, ella tenía las manos rojas, como si la hubieran estado forcejeando.
La mujer se va en dirección hacia Plaza Italia, yo la dejo ir, pero al cabo de unos segundos le grito y le hago señas, en modo de que me espere. Corrí hacia ella y le dije que la iba a acompañar. Ella dudo por algunos segundos y me dijo que bueno, pero iba hacia arriba, específicamente Vitacura. Yo le dije que también iba por ahí, así que quizás nos servía la misma micro. Por lo que emprendimos rumbo hacia el barrio alto. Ella me contó que el hombre con quien se había juntado era un ser violento que a veces se ponía celoso a la hora de salir y que le gustaba el sexo rudo.
- ¿Cómo rudo?
- Rudo, pues, o sea le gusta cachetearme, golpearme las nalgas y ahorcarme, pero esta vez se le paso la mano, me pegó un combo.
- ¿te gusta ese sexo?
Ella me dice que sí, pero que ya no lo verá más y que iba a hacer una denuncia en su contra por maltrato. Ella llora, yo trato de consolarla para así entrar en un plano más bien de confianza, la que ya se había dado producto de su estado etílico.
- ¿Dónde lo conociste? Fue la única pregunta que se me ocurrió para entablar una conversación, así ella se suelta un poco más y al mismo tiempo le robo información.
- Lo conocí en un bar, por ahí, donde andábamos, llevábamos saliendo unas semanas y siempre era igual, violento a la hora del sexo.
- ¿Sabes algo de su vida?, ¿algún dato que pueda servirte para la denuncia?
- La verdad es que, solo sé que vive en Maipú, y que esta con una chica.
- ¿o sea tú?
- Sí, yo vendría siendo la “patas negras” en este caso, pero él es así.
Con estos datos que me entrega ya se me va formando una imagen en la cabeza de lo que podría llegar a ser este hombre, con un historial, hasta ahora una historia oculta.
- Pero, ¿sabes qué?, él tiene amigos y tiene historias extrañas, son más bien mitos. Solo sé que tiene un amigo bailarín y se juntan en el Euro-Centro.
Con estos datos, ya me da una pequeña luz de dónde podría ubicarse en los próximos días.
- ¿Quieres que te acompañe a hacer la denuncia?
- Bueno, no me vendría mal algo de apoyo en esta situación, ¿y tú?, ¿Por qué tan interesado en él? ¿te gustó acaso?
Yo me río solamente y trato de no levantar sospecha ya que, en realidad, había hecho muchas preguntas y esto podría haber solo sido un lío de falda, una pelea más en esta pareja, y podría ser que ella siga manteniendo el contacto con aquel hombre. Ahí sí que me vería afectado. A lo que le respondo que me preocupaba ya que la había visto tan afectada con la situación, y que siempre me da por ayudar a gente que está en una situación complicada. La micro llega al destino donde se baja ella, yo le digo que no me bajo aun, que me queda un par de paraderos, cosa que es mentira ya que yo vivo al otro lado de Santiago, en San Miguel. Antes de bajar ella me da su número de teléfono y acordamos una hora, temprano en la mañana para ir a hacer la denuncia. Yo en tanto, me bajo en el paradero siguiente y corro hacia el anterior, observo la casa en donde vivía ella, para de alguna u otra forma tener de donde agarrarme para el futuro.
Al día siguiente, la llamo y ella no me contesta, puede que se haya quedado dormida. A la media hora vuelvo a marcar y el teléfono está apagado. Hasta que, en la noche a eso de las nueve y media, ella me llama y me dice, llorando, que no ira, y no hará ninguna denuncia. Le pregunto el por qué, y me comenta que él es una persona muy agresiva y que anda en malos pasos.
- La verdad no sé cómo pude meterme con ese tipo y aguantar sus tratos, eran más que fetiches, era violencia.
- Pero tienes que hacer la denuncia, yo estoy contigo, tienes mi apoyo.
- A ver, no sé si me estas entendiendo, él es malo, tiene antecedentes, tiene historial, simplemente no lo quiero ver más en mi vida. Eso, fue un gusto conocerte.
Ella corta el teléfono. Trato de respirar profundo, y pienso en que haré. Tomo mi libreta y empiezo a traspasar todo lo conversado en la micro, hasta que llego al momento en que me nombró el Euro-Centro. El camino de San Miguel hacia allá es bastante largo y más si es en micro, tengo que hacer trasbordo, tomo la 214 y la 226 y llegué al metro U. de Chile, saliendo del metro, calle Moneda. Ahí estaba, el Euro-Centro. Hasta ahora, estaba a la deriva, no tenía nada que me atara a el hombre que había visto anoche, solo me queda esperar a verlo.
***
Estas líneas, estos pasajes, son una verídica realidad, todo eso pasó, o podría haber pasado, o me gustaría haberlo vivido, eso ni yo lo sabré con precisión. En estos últimos pasajes se murió toda intención, toda vivencia, toda realidad, todo mito/rito de lo que puede ser una buena historia, dejo a libre interpretación, dejo a libre voz lo que quieras decir querido(a) lector(a), no pienses tanto las cosas que la literatura se deba vivir y sentir como lo desees, que ese sentimiento no atormente las atrocidades, que en definitiva abandonan la vida, y al igual que dice/menciona Barthes dejas de tener voz, dejas de tener identidad, y te conviertes en una persona que lee, pero que no sabe leer, porque la literatura se lee en conjunto, se escribe en conjunto, no es algo de lo que se puede estar ajeno, esa es la conclusión, no podemos autocensurarnos por el qué de dirán, o si va a ser muy corrosiva la reacción del público lector, o si la obra va a ser destrozada por la crítica, o si sencillamente te ganan las ganas de incertidumbre, es linda la incertidumbre, y de cierto modo, todos somos un poco de incertidumbre, todos la poseemos y la vivimos, eso, eso de incertidumbre es literatura pura y tal, no se puede pretender un todo, o si no las cosas no existen, o si no, las cosas pierden identidad, pierden peso, el peso que necesitan, que merecen.
[1] Barthes, Roland. El Susurro del Lenguaje. Barcelona: Paidós, 1994.
Por Tomás Ragga
Comments